domingo, 15 de diciembre de 2019

Uncanny Valley


Uncanny Valley

Bienvenidos a la base IMP-30 del complejo industrial PJ Collective Creative SA. Nos dirigimos hacia la nave de creación de androides improvisadores. Los primeros robots con apariencia humana capaces de responder a estímulos aportando distintos recursos a una creación colectiva espontánea. Osea improvisar. Hemos descubierto algo.

No es cierto que, como dijo Bukowski, improvisar sea la única capacidad realmente humana. Durante siglos hemos tratado de perfeccionar nuestros androides para asemejarlos física e intelectualmente a sujetos humanos. Hemos rozado la perfección, pero cuanto más nos acercábamos a ella, menos auténtico y creíble era su comportamiento. La tecnología avanzaba y nuestros robots se alejaban de una implicación auténticamente humana en sus personajes, en su apariencia y en la empatía que causaban a nuestro público.

Caían en un valle estadístico de baja credibilidad escénica. Lo llamamos el Valle Inquietante, en el Uncanny Valley.

Nuestros desarrolladores descubrieron algo. Cuanto más tratábamos de emular el comportamiento humano, más caíamos en un “quiero y no puedo”. Menos creíble era ese esfuerzo para que no viéramos los hilos que movían nuestros androides.



Cuanto menos nos esforzábamos en mostrar su naturaleza robótica, más desarrollaban un código propio de expresión, haciéndose más creíbles para nuestro público. Optamos por deshacernos de las prótesis faciales, el látex que cubría sus rostros, y los micromovimientos humanos que tantas horas de trabajo supusieron a nuestros desarrolladores. Les pagamos las horas a taquilla inversa por cierto.

El montón de cables, engranajes y pistones en los que se convirtieron nuestros robots, nos hizo retroceder en el nivel de acercamiento a la expresión humana, pero por increíble que parezca aumentó la credibilidad de su código de conducta.

Ahora nuestros robots, con su gesticulación geométrica, sus personajismo alejado de la naturalidad, sus rostros aparentemente inexpresivos, tienen más vida que un androide que INTENTA ser humano.

Por eso desde el complejo industrial PJ Collective Creative SA les animamos a crear personajes con su propio método expresivo en lugar de imitar la naturaleza humana.

domingo, 1 de diciembre de 2019

¡No, pero me gustaría verlas!


¡No, pero me gustaría verlas!


Hace unos instantes había titulado a este artículo “El Freno de Mano”. Qué ironía de la vida que por el efecto freno de mano que yo mismo he acuñado, lo he cambiado por el clásico “¡No, pero me gustaría verlas!”.

Este suceso enmarca lo que os quiero contar. Prometo brevedad.

Algunos lo conocen como “venderse al chiste”. Yo lo llamo efecto Freno de Mano.

Estoy en escena, sin guion. Conduzco yo, ergo debo hablar, debo enseñar lo que sé hacer, el público me mira, soy el responsable de los que viajan conmigo en el coche... Y con ese pensamiento resonando, nos olvidamos de escuchar, no vemos la carretera. ¿Cuál es el recurso que, lejos de escuchar, reafirma nuestras capacidades y nos permite atajar por la senda de la aprobación del público?

El maldito chiste.

Volantazo. “¡No, pero me gustaría verlas!”. El público estalla de risas y mi compañero de escena, copiloto, pone cara de frenazo durante un aplauso que se le antoja eterno. Si el conductor decide salirse de la autovía que ambos construimos y tomar la salida chiste, suele ser el único que no es capaz de ver que, justo detrás de esa señal hay un cartel de carretera cortada.

El humor forma parte de la propia ejecución de la impro. De alguna mágica manera que ya analizaremos, trabajar en dirección a una buena narrativa siempre deja paso a chistes. Pero trabajar en dirección al chiste es conducir con el Freno de Mano puesto:

No imposible, pero incómodo para los que van en el coche con nosotros.