sábado, 15 de mayo de 2021

Violar el texto

 

Sostengo que en impro no puedes violar el texto como en la interpretación regular.

Entendemos “violar el texto” como instrumentalizarlo de tal forma que lo usas para mostrarte, y no para expresar lo que la historia o el personaje o la situación pide. La línea es muy fina.

- ¡Stellaaaaaa!

Marlon Brando estira el Stella manteniendo la intención de tal manera que justifica su pomposa interpretación. Compramos. O al menos la opinión cultural general ha comprado. Quizá un público no educado arrugaría la nariz.

Si un actor novel reprodujera ese “Stella” apretando los sentimientos y centrando las energías en ENSEÑAR sus capacidades o sentimientos, estaría violando el texto. Utilizándolo para fines propios. Forzándolo a brillar para sí. Echando pienso a las palomas de su ego.

En impro, no es tan fácil. En primer lugar, no hay texto. Hay momentos, decisiones, intenciones y reacciones. ¿Es instrumentalizable? Por supuesto, podemos caer en la tentación de enseñarnos a través del ingenio, la rapidez, el foco, las vocecitas que sabemos poner o nuestro dominio físico. Claro.

Pero el camino texto – sentido – instrumentalización está sujeto a algo que se acerca demasiado al azar. De manera que, como se decía en alguno de los artículos anteriores, cuando aflore un sentido profundo del texto en un diálogo improvisado, colega… Deja que el improvisador lo instrumentalice, porque estamos ante un momento único, genuino e improbable.



sábado, 1 de mayo de 2021

La paradoja de los Aristócratas

 Ubicación: chiste de los Aristócratas.

El clásico chiste que se contaba antiguamente (véase ‘00s o 90s) entre cómicos como ejemplo de límites del humor tras las cámaras. El chiste consiste en argumentar burradas extremadamente incorrectas y terminar siempre con el mismo remate. Podéis ver un ejemplo aquí.

https://www.youtube.com/watch?v=sO9DIa2re3I

Es un resumen de lo más vago, pero doy por hecho que conocéis el chiste de los Aristócratas. En primer lugar decir que me parece remarcable que exista un recurso como este, que no aparece para ser representado en los escenarios. Responde a una de las pocas formas de expresión que son realmente propias, auténticas y despojadas de agrado o voluntad de “gustar” al público. Dice mucho de toda una hornada de cómicos americanos que buscaban una verdad propia. No hay público para ese chiste, de manera que toda exploración responde a unas apetencias propias de cada artista. ¿Hasta dónde soy capaz de llegar diciendo disparates?

Prueba de ello son los comentarios que vais a ver en el vídeo anterior. El chiste lo cuenta un actor que participaba en una sitcom familiar, y muchos de los comentarios son del tipo: ¿Cómo puede ser que alguien que trabajaba con niños tuviera esos límites en su imaginación?

Bueno, eso sería otro tema que quizá de refilón se haya tratado en el Improboratorio, no ser responsables del contenido de nuestra imaginación. Pero quería hablar de otra cosa.

Habiendo pasado años y estando el público tan segmentado por cámaras de eco gracias a las redes sociales, creo que hoy en día el chiste de los aristócratas podría contarse en un escenario y no tendría la repercusión que en su momento hubiera tenido en un club de stand up comedy de Brooklyn.

Expongo.

El humor es más negro cuanto más establece el límite que pisa (o cruza). Es como un francotirador acechando y buscando la diana que más pueda doler. Hoy en día hay cientos, miles de dianas a ofender. Ideologías, colectivos, personajes públicos, noticias… Atacarlos con humor es una opción expresiva que cada artista elige o no.

El chiste de los aristócratas no es un francotirador, su propia estructura es una granada de mano, una carga de dinamita, una bomba del Zar. Bien ejecutado y conservando su espíritu de destrucción, oscuridad y ofensa, puede estallar de tal forma que cientos de dianas queden reducidas a astillas.

Cuando el humor negro es hiperbólico, el horizonte de la ofensa queda atrás. Es más sencillo huir hacia adelante y frotarte los ojos de estupor, que declararte “ofendido” por algo que no ha dejado más que un rastro de cadáveres, cenizas y destrucción por el camino.