viernes, 15 de mayo de 2020

Ya sé que sé lo que ya sé


Ya sé que sé lo que ya sé

Somos bueno reconfirmando lo que ya sabemos, asegura Jonathan Haidt en su genial libro La Mente de los Justos. Vamos a los mítines políticos no para dejarnos convencer, sino para aplaudir cosas de las que ya nos han convencido. Vemos pelis del género que nos gusta no para aprender, sino por seguridad de que me servirán más de lo que ya sé que me gusta. Somos de un equipo de fútbol no porque en este partido en concreto quiera darles la oportunidad, sino porque… bueno también porque somos gilipollas. Odio el fútbol, pero ya os contaré alguna otra vez.

Lo que quiero decir es que el cerebro necesita tomar el control. El cerebro tiende a las cámaras de eco porque la oscuridad da miedo, la muerte da miedo, todo lo que nos hace ver que no tenemos el control de la situación, nos da un miedo horroroso. Aprender exige un esfuerzo. Cambiar de opinión y ser empático con quien consideramos el enemigo, es un proceso durísimo que muy pocos están dispuestos a pasar.

Improvisar entrena esa habilidad de una forma profunda y en un contexto seguro. Derriba lo que ya crees saber para adentrarte en lo que saben los demás y ampliar tu cámara de conocimientos, tu empatía y tu capacidad para escuchar y dejarte transformar. Cuantas más habilidades tengamos para colocarnos en otras ópticas, en realidad más armas tendremos para defender la óptica que nosotros tengamos.

Si somos tan buenos sabiendo lo que ya sabemos, igual habría que tratar de ser buenos en no ser tan buenos.



La democracia actual tiene algo que aprender de la impro.

viernes, 1 de mayo de 2020

Qué miedo no ser original…


Qué miedo no ser original…

Ya hemos hablado de eso, pero hará un año. Hoy, amplio:

Miedo a decir cosas psicóticas, miedo a decir cosas obscenas y miedo a ser poco originales, según Keith Johnstone. En su momento mencioné este último bloqueo como uno de los más poderosos. A menudo no sabemos cómo utilizar una premisa increíblemente básica para demostrar que somos lo más divertidos que podamos. El vacío es muy grande, y quizá hasta preferimos rendirnos.

PERO.

Como dije, difícilmente se libra uno de ese miedo. Lo integra y busca desesperadamente brechas por donde colar de la forma más eficiente su originalidad.

Hoy, en Abril de 2020, pienso que es necesario que sean precisamente brechas. Una brecha no es una brecha sin una pared. El miedo es esa pared. Y ese miedo es un buen medidor de personalidad. Me explico:

Si no hay filtro, no diferenciamos lo original, eficaz y divertido de lo simplemente aleatorio y quizá ineficaz. Quizá la clave no es eliminar el miedo, sino convertirlo en un colador y añadirle un contador de calidad de propuestas. Si no tenemos dónde acoplar el contador, no avanzaremos nunca en una dirección concreta, y no aprenderemos de las exigencias de la impro. Lo que hay que calibrar no es el miedo en sí, sino el contador.

No todo contabiliza como ingenioso, ni todo contabiliza como fracaso. No es sencillo ni complicado, es cuestión de insistencia. El miedo no desaparecerá, por lo tanto asume que allí hay una pared y fíjate bien en qué se cuela por las brechas para saber qué sale de ti, qué es auténtico o qué es simplemente eficaz.

Y entones, decide cómo quieres que sea tu impro. Medidor de personalidad.