Ya sé que sé lo que ya sé
Somos bueno reconfirmando lo que
ya sabemos, asegura Jonathan Haidt en su genial libro La Mente de los Justos. Vamos a los mítines políticos no para dejarnos convencer, sino para
aplaudir cosas de las que ya nos han convencido. Vemos pelis del género que nos
gusta no para aprender, sino por seguridad de que me servirán más de lo que ya
sé que me gusta. Somos de un equipo de fútbol no porque en este partido en
concreto quiera darles la oportunidad, sino porque… bueno también porque somos
gilipollas. Odio el fútbol, pero ya os contaré alguna otra vez.
Lo que quiero decir es que el
cerebro necesita tomar el control. El cerebro tiende a las cámaras de eco
porque la oscuridad da miedo, la muerte da miedo, todo lo que nos hace ver que
no tenemos el control de la situación, nos da un miedo horroroso. Aprender
exige un esfuerzo. Cambiar de opinión y ser empático con quien consideramos el
enemigo, es un proceso durísimo que muy pocos están dispuestos a pasar.
Improvisar entrena esa habilidad de
una forma profunda y en un contexto seguro. Derriba lo que ya crees saber para
adentrarte en lo que saben los demás y ampliar tu cámara de conocimientos, tu
empatía y tu capacidad para escuchar y dejarte transformar. Cuantas más
habilidades tengamos para colocarnos en otras ópticas, en realidad más armas
tendremos para defender la óptica que nosotros tengamos.
Si somos tan buenos sabiendo lo
que ya sabemos, igual habría que tratar de ser buenos en no ser tan buenos.
La democracia actual tiene algo
que aprender de la impro.
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