martes, 15 de agosto de 2023

La percepción del formato

 

Vaya un título soso y académico, joder. No soy el mejor en marketing, este blog es la gran prueba de ello. Pero en fin, quería contar algo que me ha sucedido recientemente.

Desde hace unos cuatro años escribo y dirijo obras de teatro para campaña nacional en inglés, dirigidas a alumnos de ESO y Bachillerato de toda España. Creo el guion a partir del título de la obra que la empresa me pide, este pasa el filtro de los encargados del material didáctico, y posteriormente realizamos casting y ensayos hasta que la compañía (de 2 intérpretes + técnico) sale de gira, hacia noviembre.

Pues bien, este año escribía una de estas adaptaciones, y una reminiscencia impro se coló en la escritura.

Como sabréis, no controlamos al 100% la forma de la historia que contamos. No somos precisos y no aspiramos en impro a crear una novela de Dan Brown, con miles de mecanismos perfectos y bien engrasados que justifiquen cada una de las palabras. Es impro, y en gran parte manda el presente espontáneo. Parece ser que en el caso de esta obra, la intención era otra.

Me tumbaron el texto repetidas veces por inexactitudes, por momentos en los que en mi cabeza mandaba la percepción teatral, no el guion. Momentos de lagunas de trama, agujeros de guion y algunas intenciones superficiales que no terminaban de cuajar en la historia.

Mi reflexión es: hay un vínculo espectador – improvisador que va más allá incluso de la trama, pues en el momento en que comprendemos que el actor no conoce la historia, toleramos las inexactitudes y gobierna más la actitud que el mecanismo narrativo. Pero es que eso sigue sucediendo en una obra de teatro, o en una película. No en vano, hay grandes obras que han pasado a la historia con enormes agujeros de guion. ¿Y?

Leer un texto te permite repasar, volver atrás, reflexionar, pausar, madurarlo y volver a leer. Una obra de teatro no. Y una impro, menos.



martes, 1 de agosto de 2023

Brillar

 

Creo que en general, estamos esquivando una buena bala en la impro. La bala de los codazos y los egos. En su forma inicial y más básica, la impro enseña cortesía, generosidad y humildad. No pasa mucho tiempo en escena hasta que nos damos cuenta de quien no sigue estos pasos, y enseguida sentimos una punzada de vergüenza ajena cuando vemos un improvisador pisoteando, acaparando o robando foco a destajo por unas migajas de ego. No obstante, no suelo toparme con eso más allá de los alumnos de primer año, y aun apenas en ellos (almenos yo particularmente).

Desglosemos a los alumnos para identificar tendencias:

Niños de 5 a 10 años – Más que estar al servicio de su ego, están al servicio de su participación. Creen que deben salir a escena, aunque no sea protagonizándola. Suelen comprender cuándo no es el momento de hablar, pero quieren sí o sí formar parte de la impro cuando ven que todas las ideas son válidas mientras se defiendan. No es ego, son ganas de juego.

Adolescentes de 11 a 16 años – Por norma general, no se llevan bien con su ego. Sienten que hay algo dentro de ellos que les obliga a defender sus ideas, sus percepciones y su espacio personal, pero no se trata tanto de brillar. Son los reyes de la negación y el conflicto, porque han descubierto recientemente que en mundo es más hostil que cuando tenían 5 años. Son personas indefensas a las que se les acaba de dar un cuchillo y lo usan a discreción.

A partir de 17 – Ni siquiera diferencio los que entran voluntariamente a estudiar y a los que no, porque la tendencia es exactamente la misma. En general, veo una relación de tira y afloja con su ego. Existen ya aquí los que realmente luchan por brillar, y los que se esfuerzan para que no se los vea, en ambos casos un sistema de defensa de la individualidad.

La magia de la impro es que desde el primer momento entendemos que la lucha contra nuestro ego, sea en la forma que sea, no tiene lugar cuando se trata de hacer brillar al otro. Como oí decir: si brillan los demás, brillas tú. Si brillas tú, no siempre brillan los demás.