miércoles, 15 de marzo de 2023

Cada uno a su ritmo

 

Cada uno a su ritmo

Retomo un artículo que ya escribí llamado Curso recursado – Viu el Teatre para reflexionar sobre una de las sesiones que tuvimos con el profesor Santi Serratosa, percusionista, músico-terapeuta i tallerista de percusión corporal.

El contenido del taller no tenía mucho más recorrido que una serie de ejercicios de ritmo, colaboración, lateralidad y música. Sencillo, pero fascinante el nivel de concentración que se adquiere cuando estás en el cuerpo, y lo mucho que percibes las fluctuaciones de atención cerebral. El ciempiés que se da cuenta que tiene cien pies y no puede caminar.

Pero no es eso lo que quería comentar.

La filosofía de Santi en sus clases fue fascinante. Su capacidad para comprender a los alumnos y la forma en que defendía aquello que todos los profes queremos defender tanto, la máxima de: cada uno a su ritmo, con sus capacidades y sus posibilidades. Sí, por supuesto. Pero también quieres como profesor que sigan tus indicaciones, que el grupo trabaje a una y que todos sientan que avanzan. ¡Pues no!

El taller de Santi estaba pensado para que cada uno trabajara literalmente a su ritmo, sin correcciones, sin detener la clase y sin poner ejemplos.

Identifiqué una forma de impro, pero en otro sistema. En mis clases yo no suelo salir a improvisar. No quiero que tomen como ejemplo una impro propia y que traten de imitarme. Quiero que trabajen a su ritmo, con sus posibilidades y sin tratar de “hacerlo bien”. No hay impro mala, hay posibilidades y niveles de implicación.

Lo que todos podemos ofrecerle al profesor es la implicación y pasión, pero las posibilidades no las elegimos. Por eso toda impro es buena.

Es un alivio ver a grandes profes que te confirman que vas por buen camino. ¿O igual es que me he convertido en uno de mis alumnos que está deseando verme improvisar para “hacerlo bien”? Mierda…

 


miércoles, 1 de marzo de 2023

Otra impro escrita

 

Otra impro escrita

Os traigo un ejercicio de impro escrita en el que me propongo, ya que me hallo en estos momentos en un lugar en el que no suelo trabajar, hacer que en la siguiente impro aparezcan tantos objetos como sea posible que me rodean ahora mismo. Allá voy.

El señor Oso estaba asombrado. Jamás se había producido un asesinato de estas características en Potus Town. La sangre seca goteaba por las paredes. La señora Ratón estaba destrozada en el suelo del comedor, junto al ventilador.

-          ¿Quién ha podido hacer algo así? – se preguntaba el señor Oso, que hacía ya años que ejercía como inspector en Potus Town y jamás había contemplado algo de ese calibre.

Subió a su coche-sopera y cruzó la ciudad rumbo al club Sofá Rojo. El dueño, un duende de sombrero verde, lo recibió con el ceño fruncido mientras fregaba un vaso.

-          ¿En qué puedo ayudarle, inspector Oso?

-          La señora Ratón ha muerto. Y tengo motivos para pensar que el responsable solía tomar aquí. ¿Dónde está Grotus Hojalarga, el comerciante de ventiladores?

El duende de sombrero verde alzó la vista de la jarra que limpiaba. Varios clientes hicieron silencio y fijaron la vista en el inspector Oso.

-          Grotus Hojalarga se fue de esta ciudad. Hace tiempo que no pisa el Sofá Rojo. Ni lo queremos por aquí. Será mejor que pregunte en Nevera City.

El inspector Oso salió del local clavando la mirada en los clientes, desafiando. Tratando de decir: sí, yo encontraré a Grotus y terminaré con el asunto de los ventiladores. Ya han muerto demasiadas personas.

Nevera City era un lugar inhóspito. Era de noche y de día al mismo tiempo por hallarse en un punto cardinal muy extraño. Allí no había este ni oeste. Podía salir el sol y de repente nevar en un atardecer, todo al mismo tiempo. Uno no podía estar tranquilo en Nevera City. El inspector Oso se adentró en los suburbios de Nevera City, lo que los lugareños conocían como El Congelador. En esos momentos, un sol radiente brillaba tras una niebla helada de mediodía. Muy loco.

-          Vaya vaya, si es el inspector Oso – dijo una voz grave y húmeda tras él.

Oso se volteó echando la mano sobre su arma, una calabaza seca calibre 30. Era Mono, el famoso compinche de Grotus Hojalarga que había conseguido burlar la ley hasta entonces.

-          Mono, ¿dónde está Grotus?

-          Yo siempre he sido Grotus!

-          ¿Queeeee?

Oso disparó su calabaza y las pepitas atraverason el hombro de Mono mientras éste trataba de desenfundar su helecho Colt 47. Salió la luna junto a la otra luna llena en el Congelador, aquella mañana en Nevera.

Así cayó Grotus Hojalarga de la mano del inspector Oso. Lo que no sabía es que en la otra punta de la ciudad, en Pasilloburgo, un nuevo ventilador se cobraba otra vida. La caza no había hecho más que empezar…