Ubicación: chiste de los Aristócratas.
El clásico chiste que se contaba
antiguamente (véase ‘00s o 90s) entre cómicos como ejemplo de límites del humor
tras las cámaras. El chiste consiste en argumentar burradas extremadamente
incorrectas y terminar siempre con el mismo remate. Podéis ver un ejemplo aquí.
Es un resumen de lo más vago,
pero doy por hecho que conocéis el chiste de los Aristócratas. En primer lugar
decir que me parece remarcable que exista un recurso como este, que no aparece
para ser representado en los escenarios. Responde a una de las pocas formas de
expresión que son realmente propias, auténticas y despojadas de agrado o
voluntad de “gustar” al público. Dice mucho de toda una hornada de cómicos
americanos que buscaban una verdad propia. No hay público para ese chiste, de
manera que toda exploración responde a unas apetencias propias de cada artista.
¿Hasta dónde soy capaz de llegar diciendo disparates?
Prueba de ello son los
comentarios que vais a ver en el vídeo anterior. El chiste lo cuenta un
actor que participaba en una sitcom familiar, y muchos de los comentarios son del tipo: ¿Cómo puede ser que alguien que trabajaba con niños tuviera esos
límites en su imaginación?
Bueno, eso sería otro tema que
quizá de refilón se haya tratado en el Improboratorio, no ser responsables del
contenido de nuestra imaginación. Pero quería hablar de otra cosa.
Habiendo pasado años y estando el
público tan segmentado por cámaras de eco gracias a las redes sociales, creo
que hoy en día el chiste de los aristócratas podría contarse en un escenario y
no tendría la repercusión que en su momento hubiera tenido en un club de stand
up comedy de Brooklyn.
Expongo.
El humor es más negro cuanto más
establece el límite que pisa (o cruza). Es como un francotirador acechando y buscando la
diana que más pueda doler. Hoy en día hay cientos, miles de dianas a ofender.
Ideologías, colectivos, personajes públicos, noticias… Atacarlos con humor es
una opción expresiva que cada artista elige o no.
El chiste de los aristócratas no
es un francotirador, su propia estructura es una granada de mano, una
carga de dinamita, una bomba del Zar. Bien ejecutado y conservando su espíritu
de destrucción, oscuridad y ofensa, puede estallar de tal forma que cientos de
dianas queden reducidas a astillas.
Cuando el humor negro es
hiperbólico, el horizonte de la ofensa queda atrás. Es más sencillo huir hacia
adelante y frotarte los ojos de estupor, que declararte “ofendido” por algo que
no ha dejado más que un rastro de cadáveres, cenizas y destrucción por el
camino.
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