domingo, 1 de diciembre de 2019

¡No, pero me gustaría verlas!


¡No, pero me gustaría verlas!


Hace unos instantes había titulado a este artículo “El Freno de Mano”. Qué ironía de la vida que por el efecto freno de mano que yo mismo he acuñado, lo he cambiado por el clásico “¡No, pero me gustaría verlas!”.

Este suceso enmarca lo que os quiero contar. Prometo brevedad.

Algunos lo conocen como “venderse al chiste”. Yo lo llamo efecto Freno de Mano.

Estoy en escena, sin guion. Conduzco yo, ergo debo hablar, debo enseñar lo que sé hacer, el público me mira, soy el responsable de los que viajan conmigo en el coche... Y con ese pensamiento resonando, nos olvidamos de escuchar, no vemos la carretera. ¿Cuál es el recurso que, lejos de escuchar, reafirma nuestras capacidades y nos permite atajar por la senda de la aprobación del público?

El maldito chiste.

Volantazo. “¡No, pero me gustaría verlas!”. El público estalla de risas y mi compañero de escena, copiloto, pone cara de frenazo durante un aplauso que se le antoja eterno. Si el conductor decide salirse de la autovía que ambos construimos y tomar la salida chiste, suele ser el único que no es capaz de ver que, justo detrás de esa señal hay un cartel de carretera cortada.

El humor forma parte de la propia ejecución de la impro. De alguna mágica manera que ya analizaremos, trabajar en dirección a una buena narrativa siempre deja paso a chistes. Pero trabajar en dirección al chiste es conducir con el Freno de Mano puesto:

No imposible, pero incómodo para los que van en el coche con nosotros.



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