- Boom. Le he dado, Joe.
- Bien hecho, Stephen. Vamos a
comernos una buena perdiz esta noche. ¡Chócala!
Que mal ¿verdad? Jamás diría
“chócala” un cazador de Kentucky. En fin.
Ya nos gustaría poder disparar de
esa forma en impro. Dar en el blanco y a seguir como si nada. Mañana comeremos
ganso, pasado trucha, y al otro un elefante africano. Pero no, disparar desde
el escenario hacia el público tiene unas consecuencias. Es como disparar a un
rebaño numeroso, y puedes acertar a algunos miembros al tiempo otros se te
escapan. Si alguno se libra, asustado, te puede atacar y comer la cara. Y no
nos engañemos, aspirar a tener un arma lo bastante potente para acertar a
todos, es utópico. Y poco deseable en lo que concierne al proceso creativo,
pero de eso ya hablaremos.
Mucha gente es ofendida en redes
sociales precisamente porque es gente que “pasaba por allí” y ha visto el
comentario, la publicación, la opinión que no habían pedido. Podemos aceptar
eso. Los perfiles en abierto de personajes con muchos seguidores, son
influyentes. Y pueden elegir usar esa influencia para concienciar, o bien para
seguir filtrando y segmentando sus seguidores arriesgando en sus publicaciones
y su actividad online.
En fin, no es un debate sencillo
si deberían o no usar ese poder para el bien. En la dictadura de los
sentimientos cada individuo no alberga duda alguna: si me ofende, no debería
publicarse. Pero la realidad es más complicada.
Hace un tiempo actuábamos en
ferias medievales con nuestra compañía. Los personajes que interpretábamos
bebían mucho de la impro, de las reacciones, corporalidad, ideas, recursos… Los
espectáculos de calle en los que interactúas de tú a tú con el público son
comparables a las redes sociales (hasta cierto punto). Puedes estar comunicando
teatralmente para personas que NO QUIEREN escucharte. Con todo el derecho. Y eso
es jodido.
¿Debería el público aceptar que
está asistiendo en una feria medieval con una programación pública donde se
anuncia el show, y por lo tanto comprender que se expone al funcionamiento de
ese propio show en caso que unos guerreros medievales lo arrastren al centro de
la plaza y lo conviertan en el foco de las miradas? ¿O deberían los actores
escuchar, adaptarse a las normas no escritas de la comunicación teatral no
consentida y evitar posibles reproches por interactuar con un público que,
repito, no ha venido exclusivamente a verlos?
Si en las redes sociales podemos
acogernos a la máxima de: si no va contigo, dale a unfollow y listo, en las
ferias medievales la responsabilidad del actor (a mi modo de verlo) aumenta. Ya
no por orgullo de artisteo, sino por practicidad. No te metas con quien pueda
volvérsete en contra.