SVI o I Want to Believe
Navidad de 2020, post pandemia. Yo
interpretaba a un Papá Noel con mascarilla que a los niños no parecía importar
demasiado. Eran visitas personales, de manera que la credulidad, ilusión y
fantasía de los menores de 6 años estaba por las nubes a unos niveles en los
que deberías ser un actor auténticamente nefasto para no poder solventar la
situación. Lo que se llama un bolo hecho.
Abro otro inicio: en el libro Cómo
Orquestrar una Comedia, de John Vorhaus, habla de la suspensión voluntaria de
la incredulidad. En el caso de los niños creo que seria SII, suspensión
INVOLUNTARIA de la incredulidad. De alguna manera no son capaces de luchar
contra las ganas de creer.
Y para muestra, la siguiente
anécdota: Dos chavales, hermano y hermana, de visita a Papá Noel. La hermana
era la mayor, con una edad ya para comprender mejor de qué iba todo el
tinglado. El hermano, algo más joven pero aún así con edad ya encaminada a los
últimos años de SII. Los padres les piden, al terminar, que se coloquen detrás
de Papá Noel para hacer una foto. Se colocan. Con las prisas, yo llevaba la
peluca mal puesta, de manera que sin fijarme, se me veía claramente el cabello
detrás del pelo blanco sintético. Al terminar la foto, oigo detrás de mi que la
hermana comenta:
-
¿Lo
ves? No es de verdad. Se le ve el pelo.
A lo que su hermano, con una actitud
de absoluta ilusión, felicidad y éxtasis:
-
¡Ya
lo seeeeeee!
Quedé fascinado con el poder de la
suspensión de credulidad. Para el niño era más sencillo dejarse dominar por su
ensueño navideño que aceptar la realidad.
Y creo que a veces, cuando en la
impro no cerramos del todo la trama, o un personaje queda olvidado, o no
incluimos el título en la historia, el público tiene algo de ese niño.
Suspenden involuntariamente su credulidad.
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