Match
y eso
Aquí en el Improboratorio existe una
gigantesca ala, la más antigua. Ha tenido muchos nombres. Primeramente fue llamada Theatre Sports. Ahora muchos la conocen como Match.
Yo no la he explorado, pero como es mi
puto laboratorio, entrad conmigo y tened en cuenta que nunca he entrado antes.
No, nunca he participado en Match. Ni siquiera en mis primeros pasos amateurs. Así que
todos los juicios que voy a lanzar quedaran plasmados en los muros del
Improboratorio hasta el día en que me lance de cabeza a uno y quizá cambie mi
visión.
Entiendo el match como un formato de
show de improvisación en el que, a través de un sistema de puntuación
adjudicada por un árbitro, público o jurado, vete a saber, los improvisadores –
jugadores van sumando puntos y se decide un ganador.
Voy a ser crudo y descarnado. A mi,
damas y caballeros, no se me ocurre nada más ignorante que imponerle muros tan
altos e infranqueables a LA MEJOR forma de libertad, la impro.
¿Crees tener la garantía de que toda
tu imaginación estará al servicio de la escena? Olvídate de eso con el match.
Bájate los pantalones a la efectividad de la risa, destruye sin piedad todos
los posibles caminos narrativos, corta por lo sano todas las propuestas que enriquezcan
la historia que estáis improvisando, porque resulta que en el Match vales
puntos que no dependen de lo rica que sea la historia, sino de lo mucho que se
ha reído el público. Cosas que, entendámoslo de una vez, no van siempre de la
mano ni tampoco justifica que la nueva ola de impro tenga este carácter
trascendente y serio. Maticemos por Dios.
He visto ya varios artículos
publicados por improvisadores perdidos después de un match, dudando sobre la
experiencia y preguntándose si quizá este famoso método de expandir la impro no
sea una burda estrategia para darle al público algo de pienso empobrecido con
un sistema de comprensión para torpes. Ganador y perdedor. Buenos y malos.
Blanco y negro. Pues sorpresa, sí lo es caballeros.
¿Quieres ver la gran cuchilla de la
simplificación vendida a la audiencia cortando las pelotas del libre albedrío
improvisador? Eso es el Match.
¿Quieres ver improvisación en su
esplendor? ¿Quieres ver improvisadores poniendo el alma y sus recursos en
escena con total libertad de expresión? Pues eso no es el Match.
Pero, dicen, y no sé si dicen verdad,
que el público manda…
Bueno, yo digo: ¿Queremos, pues, que
el público mande a través de sus indicaciones comerciales? ¿Y si hacemos uso de
nuestras habilidades comunicativas escénicas y en vez de obedecer, educamos al
público?
Hay algo más, yo no tengo tan claro si
quien manda es el público o el programador de sala o la élite cultural. En cualquier caso, como
trabajadores de escenario dependemos de todo este networking cultural, y creo en cierto modo y coqueteando ya con otro tema, que
podemos elegir quién tiene más poder sobre nosotros.
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