jueves, 1 de agosto de 2019

¿Verdad?


¿A qué te refieres con Verdad? Bueno, es complicado acotarlo sin dar un paseo por varios temas. Quizá todos apuntando a la llegada de la nueva generación de gurús de la impro (puntualizo, no todos) y cosas como el long form del que ya hablaremos, esta tremenda voluntad de izar las velas de la impro hacia el teatro para que nadie se atreva a considerarla simple entretenimiento. ¡Epa, que yo comparto!

Persigamos la verdad, dejemos a un lado los juegos de impro clásicos para adentrarnos en un mundo de trascendencia interior interpretativamente potente. Llamemos impro a este novedoso y atractivo producto, relleno de jugosas escenas sobre rupturas de pareja, padres con cáncer o personas torturadas por un pasado cuyos actores no se atreven a definir por no saber discernir entre presente y decisión (aquí estoy hablando de mi).

Si coño, esto es. ¿A qué cojones se refieren con tanta verdad? ¿Realismo? ¿Naturalismo?

Para desglosar esta pregunta retrocederemos aproximadamente año y medio en el tiempo. Taller de 4 horas, unos 10 alumnos, 1 gurú de la impro.

- ¿Dos voluntarios? Ahí estaba yo. Recuerdo la escena. Durante las dos anteriores horas me habían insistido en que no tomara decisiones fuera del presente. Y yo, damas y caballeros, seguía sin entender qué mierda significaba eso. Tenía dentro miles de propuestas rellenas de seductores géneros, máscaras imaginativas y personajes “gárgola” (así me los bautizaron una vez), luchando por salir. Pero cuidao, en esa misteriosa impro no vale abrir conscientemente la jaula de las gárgolas. Aquí manda el presente.

- Déjese guiar por el presente. ¿Qué ve en su compañera?

Mi compañera de escena me miraba neutra. Un nivel de neutralidad que quizá alguien con social skills podría descifrar. Pero yo no. Yo soy actor, improvisador, creador llámalo como quieras, pero no soy psicólogo ni antropólogo ni sociólogo ni tengo ningún interés en serlo caguen la puta.

En un momento dado, después de eternos segundos de indecisión, ella tiró del presente, tan bien encarrilada en las enseñanzas del gurú, que no pudo más que decirme:

- Eres aburrido. ¡Cómo me aburres! Aburrido aburrido aburrido, no dices nada.

Alarma bloqueo. ¿Qué coño? ¿Qué clase de impro es esa? Ay dios, ojala pudiera proponer superpoderes y hacerla mi villana para que esto tuviera sentido. Ojalá pudiera sacar el arma de mi gabardina y apuntarla bajo la luz de las farolas de los muelles. Ojalá pudiera llamar a mi caballo y decirle que iria en busca de la poción del eterno divertimento más allá del valle de Las Almas Acurrucantes. Ojalá pudiera arrodillarme y levantar las manos pidiendo clemencia a Escarlata 3000, cazadora de basureros espaciales. Pero no, porque todo eso, resulta que NO ES VERDAD.

- Qué aburrido, no sé porque estamos juntos. Me aburro mucho contigo.

Ah espera, ¿desde cuándo podemos proponer relaciones? ¿Soy su novio? ¿Cómo ha percibido eso de mi puto presente? ¡Si no me he movido! Y el gurú no ha detenido la impro… ¿Entonces eso esta bien? Joder no entiendo nada, pero con más información igual me atrevo a abrir la boca.

- Yo… me siento… agobiado. Me agobias.

- ¿Qué yo te agobio?

Más bronca, discusión, conflicto innecesario, todos esos momentos que trato desesperadamente de evitarle a mis alumnos. Y en menos de dos minutos.

En fin, la impro se sucedió de tal forma que, sin comentarios por parte del gurú, la relación de pareja trató de solventar el conflicto con varias propuestas torpes que no supe encajar por mi bloqueo-terror al maldito presente y la toma de decisiones fuera de él. Pero yo no sabía que faltaba lo peor aún.

- ¿Qué pasa? ¿Te gustan mis tetas?

- ¿…Disculpa?

- Que si te gustan mis tetas. Tócalas.

“No creo que lo vaya a...”, pensé mientras me cogía de la muñeca y me ponía una mano en una de sus tetas. La izquierda. En cualquier otra situación hubiera sido divertido en muchos sentidos. Pero no allí, no delante de una turba de alumnos sedientos de enseñanzas místico-teatrales de un gurú que prohibía las decisiones conscientes, y aseguraba que en impro todo provenía de este presente que mágicamente percibimos. ¿Significaba eso que esa señorita había percibido que yo le miraba las tetas? ¿Estaba aprovechando para denunciar que yo le hubiera mirado las tetas en clase, cosa que por cierto NO había hecho? Osea, yo sabia que su presente no tenia valor, que no era verdad. Y lo peor de todo, ¿por qué coño me tengo que sentir así haciendo impro? ¿Qué clase de impro es esa?

Recuerdo poco de cómo terminó, seguramente porque al tocar esa teta sentí cómo el torbellino caótico e hipócrita de la Verdad escénica me engullía. Hasta hoy.

Yo tomo decisiones en escena. Mi Verdad son mis máscaras, a las que el gran anti-gurús y pionero Johnstone dedica medio libro en Improvisación y el Teatro. Y las máscaras tienen su propia verdad. No creo en el presente energético-místico-sabiondo de la nueva ola de impro que pretende ensalzarnos con nuevas escuelas pretenciosas y clases en las que te hagan sentir juzgado.

La impro es la oportunidad para escribir una historia con mil filigranas dramatúrgicas que asombren al público. Creo que hay que dominar conscientemente los procesos que conforman toda esa rica sabiduría de escritura de guión para poder aplicarlos, y dejarte transformar por los que te aplican. Creo que el presente es un subproducto de todas esas decisiones. El trabajo duro gana al talento, y con trabajo duro y sin talento uno puede aprender a contar historias. Pero sin ese "talento" exclusivo de los gurús, nadie entiende de lo que hablan cuando se refieren al "presente". Y la exclusividad es de lo más anti-impro.

Creo en el teatro como en cualquier arte capaz de mostrar disfrute para que el público perciba disfrute. Hay que poner todo lo que eres al servicio de la escena. Eres un superhéroe y eres Escarlata 3000 cazadora de basureros espaciales, y disfrutar siéndolos. Eres las decisiones y propuestas de tus compañeros y también las tuyas. 

Dejémonos espacios para crear y vivir otras vidas, coño, que para vivir el presente ya está el resto de vida que no estamos en escena.

Y que conste que no le habia mirado las tetas.

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