domingo, 15 de noviembre de 2020

Una impro escrita

 

    Una impro escrita

Me apetece escribir literalmente una impro, como experimento del juego presente con el tiempo de reacción propio de la escritura. Vamos allá.

Saco el título de lo que veo desde mi escritorio. Veo: Guía de las Piedras.

 

Viento soplando. Unas hojas secas se arremolinan en un dolmen al lado del camino. Nuestro protagonista, ataviado con una capa que le cubre el rostro, entrecierra los ojos. No lo vemos porque le cubre el rostro, pero lo hace. Su nombre es Cubrerostros Piédrez, el asesino frántico de ciudad capital. Está muy lejos de su casa, al norte de las montañas que vemos en el horizonte. Lleva un bastón en el que se apoya a cada paso. De repente, escuchamos unas ruedas de carro. Cubrerostros se esconde tras el dolmen. El viento amaina. El carro se acerca. Cubrerostros lo puede ver. Es Mercantílez Estrúpez, el más rico mercader que no lleva nunca suelto.

- ¡Alto! – grita Cubrerrostros, apareciendo tras la piedra.

- Veo que sigues escondiéndote tras las piedras guía, Atún – le llama por su antiguo nombre Mercantílez. Resulta que sus padres se conocieron cuando Cubrerostros aún no era un asesino. Mercantílez se quedó con la fortuna de su familia, y por eso el pequeño Atún tuvo que abandonar ciudad capital.

- Esta vez no tienes a tus guardias para salvarte, Mercantílez. Recuperaré el colgante de beicon de mi padre. Devuélvelo ahora o acabaré contigo.

Mercantílez sonrió, levantó su mano regordeta y enseñó una hilera de dientes podridos, arqueando sus gruesas cejas de oruga gris. Eran literalmente orugas, pero estaban cómodas y no se movían de su cara, pero a nadie parecía molestarle. De repente, del gran bulto cubierto que llevaba en su carro, salieron tres guardias. Eran obesos pero mortíferos. Llevaban armas tipo ninja. Atún, o Cubrerostros, como queráis recordarlo, se avalanzó sobre ellos. Sabía que los guardias de Mercantílez no podían soportar las burbujas. Los roció con su juguete de hacer burbujas sin piedad, los guardias chillaron y cayeron al suelo. Mercantílez no daba crédito.

- El burbujeador de tu padre… ¿Cómo?

- El recuerdo de mi familia vive en mí, Mercantílez. Ahora huye de estas tierras y no vuelvas jamás. He quitado todas las piedras guía para que jamás encuentres el camino de vuelta. No volverás a robar a nadie sus burbujeadores.

- ¿Puedo ver tu rostro antes de irme, Cubrerostros?

Cubrerostros Piédrez retiró la capa. Y detrás no había nada. Y Mercantílez despertó. Sus guardias obesos jugaban a cartas, agachados graciosamente en un tocón minúsculo.

- Dioses, qué pesadilla. ¡En marcha, guardias!

- Pero, ¿hacia dónde, señor? – preguntó uno de ellos – No hay ni una sola piedra guía que nos indique por donde ir…

 

Vale, fin. EH, interesante!! Es un reto no corregir errores. Ha habido un par de momento en los que he estado tentado de borrar, pero he asumido la chorrada y me he dejado llevar. Esta historia con tintes de “El Nombre del Viento” no existía hace unos 10 minutos. Ahí la llevais.


Os dejo una foto de la portada de libro de donde me he inspirado:



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