ESTE TRABAJO ES DURO EN CUANTO CREEMOS QUE NO LO ES
Voy a señalar, llegados a este
punto en el blog, que tengo titulares variados escritos en una app en el móvil
que datan de hace meses. Quizá un esperanzado escritor de artículos creía que
meses más tarde, en verano, seguiría acordándome de lo que significa ese
título. O quizá es que ya en su momento me conformaba con darme a mí mismo esa
pequeña mecha, encenderla, y dejar explotar las reflexiones. Me gustan ambas
opciones. En este caso es la segunda, así que le doy al mechero:
He visto ya unos cuando alumnos en escuelas de interpretación. Aún no quiero decir MUCHOS porque espero que me espere una longeva carrera en la enseñanza y llegue el día en que pueda decir: ahora sí, han sido muchos. De momento he visto varios como para realizar humildes varemos y estadísticas, que me gustan como a un tonto un lápiz.
Cuando empezamos en la impro
somos novatos que, de una forma u otra nos hemos arriesgado a este lanzamiento
al vacío del escenario. ¡Bien!
Es inevitable pensar que hay una
cierta facilidad. Véase la metáfora de los malabares. El malabarista experto
hace que parezca fácil, y eso es lo que el público ve, al mismo tiempo que es
difícil. Hasta aquí todo ok, he decidido hacer impro.
Si no pienso que es fácil, el
nivel de facilidad se encuentra en un punto intermedio. Hay demasiado por
descubrir hacia arriba y hacia abajo. PERO a poco que mi ego me devore (por
exposición a público, por inclinación personal o por alabanza cortoplacista)
enseguida pienso: coño, esto es fácil. Sube la línea.
Pero ojo, todo lo que sube baja.
Me voy convenciendo de que la impro es sencilla y, sorpresa, la parábola va
descendiendo progresivamente porque me doy cuenta que exige más de lo que
pensaba de mí, porque descubro que hay muchas más referencias de las que creía,
o porque sencillamente la realidad me estampa una tarta en la cara, y en esa
tarta pone “sí, es difícil. Cúrratelo.”
Metáfora conjetural: Quizá al
final de esa línea descendiente hay un caldero mágico, pero antes hay un bosque
denso de árboles que dan fracaso, arroyos de críticas y abismos de decepción.
Hay que cruzar ese bosque.
SPOILER: No, no existe el caldero
mágico. A los improvisadores nos gusta vivir en ese bosque.
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