Levantar actuaciones y superpoderes
Ha sucedido en el último año que un
par de actuaciones han sido salvadas por mi compañero y yo en situaciones que
realmente dejaban mucho que desear en cuanto a condiciones para los
intérpretes. Pienso concretamente en una boda abarrotada con niños alborotados
en Badalona, y otra en la que hubo que desplazar todo el montaje técnico a un
sitio cubierto, por tormenta de última hora.
En ambos casos (y no son los únicos
del año, pero fueron con el mismo compañero) nuestra actitud no fue la de
vencer en un desafío, hacer frente a una batalla o hacer gala de una enorme
habilidad para enganchar al público. De hecho, en estas situaciones suelo
abatirme por dentro y en cualquier caso la batalla la llevo de manera interior.
Pero de cara a público no denunciamos la situación ni explicamos que vamos a
trabajar para ofrecer la mejor impro. Simplemente nos movemos y damos lo único
que sabemos hacer. No tenemos un superpoder, vamos a trabajar.
No sé hasta qué punto está sonando
humilde lo que estoy diciendo, pero realmente estoy tratando de que lo sea.
Sobre todo por lo que contaré a continuación.
Nos hemos topado en ocasiones con
compañeros del gremio acostumbrados a otra liga de actuaciones. Conciertos o
salas de fiestas donde las condiciones que se piden deben ser cumplidas a
rajatabla, o la alternativa es cancelar. Cuando coincidimos, insisten en
sentirse asombrados por nuestra capacidad de solventar actuaciones donde sea,
con las condiciones que sea, con micros de menos, en un rincón del salón, con
la mitad del público huido bajo la tormenta, o con niños cruzando el escenario.
Y en el fondo esas alabanzas, ¿lo son en realidad? Porque sé de buena mano que
se han cancelado conciertos por no cumplir con unas condiciones que, a mi modo
de ver, eran solventables.
Quizá cuando nos dicen: sois unos
cracs, no sé cómo habéis sacado este bolo. Están inconscientemente
diciendo: muertos de hambre, yo habría cancelado para respetar mi trabajo
como artista.
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