El Payaso Carablanca en impro
Tiendo un puente hasta el clown,
disciplina a la que entro siempre de puntillas y apretando los hombros para no
molestar, puesto que se ha dicho y hecho mucho y tengo un enorme respeto. Uno
de los puntos en común con la impro es el humor (en caso de que el espectáculo
resulte en comedia).
En clown, el payaso carablanca, entiéndase
el payaso que sigue o instala la norma, que es consciente de la tontería y que
mantiene el status alto de la pareja o trío cómico, es el puente de entrada al
humor con consciencia de ello. Es decir, si el espectáculo sólo consistiera en
groserías del augusto (su compañero de status bajo) de alguna forma se seguiría
necesitando una figura autoritaria para instalar la norma del humor. Es como si
la figura del payaso blanco fuera un lubricante de humor para el público.
Cuando alguien toma consciencia de lo inadecuado de la situación, el público
empatiza con las consecuencias de esa inadecuación o fracaso. Y entonces ríe.
En impro no tenemos por qué trabajar
en parejas, pero de alguna forma mostramos constantemente ambas partes,
carablanca y augusto, en nuestra constante interpretación. Mostramos al actor, sorprendiéndose
por sus descubrimientos. Carablanca. Y el personaje es su propia pareja cómica
al fracasar en sí mismo la norma instalada. Augusto. Por eso la espontaneidad
me parece de lo más hilarante diga lo que se diga, porque veo ambas partes jugando,
luchando, fracasando y al mismo tiempo contando historias con buen mecanismo.
Cuando solo veo augustos en impro, no
me hace gracia. Veo un esfuerzo por buscar la risa sin defender una instalación
de serenidad, lucidez, status alto del actor. Y cuando solo veo actores, veo
virtuosismo y seriedad hierática que abandona una enorme parte interesante de
la impro, que es el ser espontáneo. Creo firmemente que ambas deben convivir en
escena y nutrirse una de otra.
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