La eterna lucha
Hará un año y medio (que por
cierto coincidió con el inicio de este blog) me concedí un retiro artístico /
espiritual / personal / reflexivo para… Bueno, para varias cosas.
Entre mis caóticos planes estaba
escribir una obra teatral de gran formato con la intención de arrancar ensayos en
2019 y estrenar en 6 meses. Jajaja iluso. Ninguno de estos planes contemplaba
la llegada del virus ni de las varias otras oportunidades que se abrieron paso
en mi vida con la promesa de un sueldo, algo ampliamente cotizado si las artes
escénicas son tu sustento.
En ese retiro me hice muchas
preguntas. Muchísimas. Otra de las cosas que quería era esa, llamar a mis
propias puertas y ver quién demonios estaba detrás. Porque sí, damas y
caballeros, este artista proletario, como me gusta denominarme, tiene dudas.
Constantes. A veces acalladas por la buena recepción del público, a veces
ampliadas por… vete a saber. Un mal bolo, un fin de mes apurado, un esfuerzo de
más en un proyecto que no nace del alma, otro fin de mes apurado, un horario
demasiado ocupado, y otro fin de mes apurado.
A veces esta visión romántica del
artista idealista es suficiente combustible, pero a veces llueve muchos días
sin parar y no hay quien prenda la leña. Y después de 10 años de talar árboles
como un castor uno espera poder calentarse. Qué bonito, coño. Y qué duro,
carajo.
Volví con más preguntas que
respuestas de ese retiro, pero con las mismas ganas de seguir en esta maratón infinita
de dar oportunidades a la impro (tenía que citarla para que encajara esto en el
Improboratorio) y de hacerse preguntas.
La mejor conclusión que traje de
mi retiro fue: en la vida es importante hacerte preguntas para saber quién
eres. Lo mismo en el arte.
La imagen es la vista que tenía desde el apartamento. Era en Junio. Sí, nevó en mi cumpleaños.
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