No, no es clickbait. Osea, sí. Pero es real.
Ha pasado ya el tiempo suficiente
para poder hablar de esta experiencia vivida en una actuación de impro, puesto
que creemos que el tema ha sido zanjado. Pero debo reconocer que el mal trago
no nos lo evitó nadie. Trataré de resumir la situación sin un solo nombre, para
luego analizar el resultado y motivos.
Actuación programada para las
18:30 en un pueblo de Catalunya, fiestas. Todo aparentemente muy correcto, bien
preparado a nivel logístico, y personal de organización cercano y atento.
Antes de llegar al pueblo, nos
pusimos al día sobre sus noticias.
Encontramos una información sobre
el pueblo que a nivel cómico tenía material, era interesante. Daban nombres y
apellidos de implicados en un caso judicial que por lo visto terminó sin
problema hacía ya años, de modo que sin ahondar más, recogimos la info como
buenos improvisadores para tener soportes creativos con los que personalizar la
experiencia para las buenas gentes de ese pueblo. Siempre funciona.
Efectivamente, en las impros
salieron los personajes de las noticias. Gente real, habitantes. Fue un bolo
caluroso en pleno agosto y el sol de tarde en la cara, pero bien solventado a 2
improvisadores.
Al terminar el bolo, se acerca,
para nuestra sorpresa, la familia del individuo de la noticia, sin demasiadas
buenas formas. Tremendo altercado a la vista…
- ¿Cómo se os ocurre decir esas
cosas sobre esta persona del pueblo? Es una buena persona y sólo os habéis
mofado sin tenernos a nosotros en cuenta. Incluso habéis hecho llorar a su hijo
pequeño.
En esta compañía llevaríamos 7
años cumplidos la semana siguiente al bolo, y jamás nos habíamos enfrentado a
eso. Bajamos la vista y nos disculpamos mil veces, a ellos, a la organización y
a algún mensaje posterior que nos llegó por redes. Fue duro. Nos sentimos
fatal. Y por mucho que pensáramos en mil razones por las que justificar el tono
de nuestras impros, el carácter de la compañía, el humor, la ironía y nuestra
buena voluntad de hacerles pasar un buen rato por encima de todo, no podíamos
argumentar nada. Ni una palabra. ¿Por qué?
Análisis:
La ofensa apela a los sentimientos
humanos. Si los removemos, reaccionarán. Y lo único que puede calmar los
sentimientos es la comprensión. Exponer, hablar, razonar, comunicarse y
alcanzar puntos de entendimiento en que ambas partes puedan decir: te entiendo.
Pero ese día fatídico en el que
usamos un personaje público en nuestras impros con la esperanza de que todos
entendieran nuestra ironía, buen rollo y sátira ácida, no pudimos prever que
una de las posibilidades era hacer llorar a un niño.
A un niño no se le puede hacer
razonar explicando los mecanismos del humor. No puedes hacerle entender los
porqués que hay detrás de sus compañeros del pueblo mofándose de él porque la
compañía de impro ha ridiculizado a su padre. Un niño no tiene armas para
razonar y enfrentarse a lo que siente. Y quien mejor comprende eso es su madre,
que por cierto estaba presente en la bronca. Nos desarmó. No podíamos hacer
otra cosa que disculparnos y tragarnos la diatriba teórica sobre comedia
moderna, sátira y parodia.
¿Qué podemos aprender para
próximas ocasiones, aparte de informarnos bien sobre el pueblo y empatizar con
sus habitantes antes de un bolo?
Pues que la próxima vez que te
ofendas por algo, procura tomarte un momento para reflexionar y entender la
situación. Quizá te estés ofendiendo porque a tus 20, 30 o 50 añazos resulta
que no tienes armas para comprender la situación y lloras como un crío ante
algo que te hace sentir mal.
Razona antes de sollozar. Los
niños no pueden, pero tú sí.
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