Sostengo que: es imposible no ver al titiritero en la impro.
Si no lo veo, no sé si es impro.
Ergo si sé que es impro, veo al titiritero.
Y nos pese o no, gran parte del
mérito de la impro es ver al titiritero.
Movemos los hilos de la escena,
enseñamos cómo se nos enredan y cómo ese enredo modifica el movimiento de
nuestro puppet, nuestra impro. Estamos detrás, haciendo que las caras de
esfuerzo o frustración formen parte de lo que enseñamos.
Si nos esforzamos en que no se
vea el titiritero, ¿qué sucede?
Bueno, la maravilla de la impro
no se ve necesariamente afectada. La historia fluye e incluso podemos arrancar
un Oooohh al público cuando surjan buenos hallazgos. Pero estamos sacrificando
algo: el ingrediente espontaneidad.
Le estamos pasando la pelota al
público para que sean ellos quienes rellenen el hueco de la espontaneidad. No
es algo necesariamente malo, pero entonces, como dice Omar Argentino (hacía
tiempo que no lo mencionaba) estamos creando distancia con el público, no
cercanía. ¿Y qué hay más cercano que la creación inmediata? ¿Qué hay más
cercano que ver claramente cómo el titiritero está detrás del muñeco
enseñándote cómo mueve los hilos?
¿Comprenderíamos el gran trabajo
del titiritero si no nos dejara entender que el muñeco no es real?
No hay comentarios:
Publicar un comentario