Hará ya varios años, descubría junto a mi feligrés Héctor Joan, en nuestra compañía de impro, lo que es juntarse con un perturbado que ríe las mismas gracias que tú, con el que llegar lejos y en la misma dirección en análisis exhaustivos de comedia propios de auténticos psicóticos, y compartir en definitiva, running gags y recursos disparatados que creaban un universo de chorradas en constante expansión.
Pero no todas las propuestas caen
en un saco cerrado. Y hubo algo que se grabó en mi mente y de lo que
prácticamente no hemos vuelto a hablar. Ahora convertido en un concepto impro. El schme-.
No puedo recordar de dónde extraje,
por mi cuenta, que en hebreo existen multitud de palabras que empiezan con esta
sílaba. Al escucharla, prodújome gran risa estertórea. Y tomé la decisión consciente de proponerle
(sólo a mi colega, no soy un inconsciente) de empezar a hablar añadiendo el sufijo
schme- a las palabras.
- ¿Quieres ir a schmetomar una
schmecerveza? ¡Me schmeencanta! Ha sido schmedelicioso.
Creo que esta enumeración
representa el número de veces que intenté que calara esta propuesta en nuestro universo de imbecilidades. Poco tardó
mi colega en rebatírmela, alegando:
- Tenemos que hablar de lo de
decir schme-…
Ahí terminó mi intento. Fui
derrotado.
Y aprendí algo valioso.
La espontaneidad es auténtica. Lo
auténtico es empático. Y la empatía no exige virtuosismo, esfuerzo o fuerza de voluntad. Solo verdad,
presente, momento y si es posible, irreflexión.
Cuanto más vueltas le das a una
propuesta para tu impro, menos posible es que encaje porque está más sujeta a
tus apetencias personales, que llevan rato diciéndote: sí, sí, funciona. Tú no
puedes contrastar en tu cabeza tus apetencias, porque allí estás sólo. A veces
es necesario un compañero que te diga: no funciona. Y juntos reconducís la
impro hacia un sitio más interesante.
Schmerecordadlo siempre.
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